Foto de Pedro Silva |
Si no
quieres revolver el problema real, invéntate otro. Ahora resulta que el
problema no es la minería a cielo abierto en Panamá, sino un grupo de radicales
cuyo único fin es destruir la economía e incluso la democracia para llegar al
poder. Esta teoría es compartida por algunos gremios empresariales, periodistas
y al parecer el Gobierno. Incluso surgió el movimiento Liberemos Panamá para redimirnos
de quienes nos han secuestrado a punta de llantas, piedras y báculos. En esta
operación mediática el tema minero pasó a un segundo plano. El presidente
anunció “ordenes de aprehensión y conducción de quienes atenten contra la
privación de la libertad individual, contra la personalidad jurídica del
Estado, así como la apología del delito, daños a la propiedad pública y privada”,
unas horas antes del partido entre Panamá y Costa Rica, ganamos 3 a 0 y por
unos minutos nos olvidamos del marcial mensaje. El Órgano Judicial anunció
sesión permanente para el 24 de noviembre, para dirimir la constitucionalidad o
no de la Ley 406. Existen dos vías para cerrar Minera Panamá: la vía constitucional
o derogación. Hay momentos como dice Maquiavelo donde no solo es importante el
bullicio del desacuerdo, sino también sus “buenos efectos”.
Hay protestas por doquier. En la entrada de Minera Panamá, en el
kilómetro 33 en Donoso, los manifestantes se hacen sentir. En Punta Rincón, en
la costa, los pescadores están en resistencia, plantean “cero minas”, en sus
pangas (embarcaciones menores) con banderas panameñas ondeando se enfrentan a
las embarcaciones que intentan atracar en el puerto para abastecer a la minera
o llevarse los minerales extraídos. A pesar de que el presidente anunció detenciones,
la dirigente Leisy Rodríguez de la coordinadora campesina por la tierra respondió:
“no tenemos miedo porque nos robaron tanto que nos robaron el miedo”. No
olvidemos el artículo 2 de la Constitución, “Él poder público sólo emana del
pueblo”, los empresarios enfatizan en el 27, el cual señala: “Toda persona
puede transitar libremente”, hablan de un país “secuestrado” por los
manifestantes en las calles. Sin embargo, poco proponen para solucionar la
crisis, sus comunicaciones oficiales se limitan a solicitar la apertura de vías
y la paz social. El discurso del secuestro es ya ampliamente compartido. Es importante recordar el derecho a la protesta social
reconocido en la Convención Americana sobre Derechos Humanos.
El martes siete de noviembre, un zoneíta bajó de su auto, ante un
cierre de calle a la altura de Chame, sacó un revolver de su bolsillo, agarró nuestro
listón Tricolor, lo tiró a un lado como si fuera una basura y, ante la mirada
atónita de quienes estaban allí, disparó certeramente contra dos compatriotas
acabando con sus vidas. Días antes, otro compatriota moría arrollado. Estamos
de luto. Pero, para mayor asombro nuestro, en redes sociales algunas personas reivindicaron
al asesino de Chame como un héroe por intentar abrir las vías, incluso exculpándolo
de no estar en sus cabales. Esa misma semana, periodistas, podcasteros e influencers
etiquetaban sin ninguna prueba a manifestantes de terroristas, anarquistas, criminales,
infames, maleantes, comunistas e izquierdistas desestabilizadores. Reproducían
el viejo macartismo de siempre. Insisten en la idea de la existencia de un
“grupo” cuyo único fin es la “autodestrucción de la economía”. También afirman:
“es la izquierda que quiere tener ignorante al pueblo”. Ya no es necesario
buscar comentarios reaccionarios al margen, todo quedó explicitado. Los
macartistas han quedado al desnudo. En sus elucubraciones cada tres minutos
mencionan al SUNTRACS. Han desviado la atención intencionalmente, ahora gran
parte de la discusión no es el contrato minero, sino otra cosa. Muchos
periodistas al parecer han elevado sus doxas a verdades universales, mientras
acusan sin pruebas a manifestantes y se etiquetan de terroristas, al unísono el
Ejecutivo anunció aprehensiones para quienes rompan con el orden público.
El pueblo, las alianzas populares, coordinadoras y bastiones de
lucha se mantienen firmes. Pese al desgaste luego de varias semanas, el pueblo
está en las calles. Parte de la multitud y formalistas en general, aguardan la decisión
de la Corte de Suprema Justicia dentro de la institucionalidad, en vigilia
fuera del Palacio de Justicia Gil Ponce. El 16 de noviembre se anunció para el
24 de noviembre “reunión plenaria en sesión permanente” hasta revolver las
demandas de inconstitucionalidad de la Ley 406. Esperan el fallo siguiendo el
criterio ya vertido por los procuradores de inconstitucionalidad de la Ley 406.
Será necesario estar preparado incluso para un laudo parcial o adverso, aun
perdiendo esta batalla, no significaría la derrota de la guerra. Si no se
sanciona una derogatoria como plantean las alianzas populares y, en su lugar, se
da el fallo de inconstitucionalidad, el objetivo inmediato sería presionar para
establecer un plan de cierre de la mina, garantizando el derecho de los
trabajadores y mitigar los daños ambientales. Además, defender a Panamá en un
inevitable arbitraje internacional.
Si pudiéramos extraer algunas lecciones del pasado inmediato,
rememoremos la ingesta revuelta de julio del año pasado (2022). El pueblo se
tomó las calles por asalto obligando al Gobierno a sentarse en una mesa, fue un
momento de inflexión donde el movimiento social pudo evidenciar los errores del
Gobierno. A diferencia de aquella coyuntura, quienes están hoy en las calles no
quieren diálogo, tanto así que, los bastiones de lucha, como espacios autopoiéticos
de resistencia tienen sus propias dinámicas jacobinas, no quieren otro tipo de
negociación que no sea el cierre de Minera Panamá. La cuestión se empeora
cuando nos decantamos por teorías como la “revolución molecular anticipada”, minimizando
el hartazgo general y a los mártires de esta lucha. El Gobierno en lugar de
reflexionar seriamente sobre la cuestión, invoca a fantasmas del pasado, quedando
atrapado en su propio laberinto, entre lo policiaco y las vendettas.
Lo opinión pública está parcializada, se decantan por el discurso
de la propiedad privada, la paz social y la tolerancia. Eso implicó ataques a
los dirigentes de las alianzas populares, de los bastiones de lucha y no
descartemos la implementación de lawfare. Es visiblemente abrumadora la
cantidad de minutos contra las protestas. Resaltan pérdidas millonarias y endilgan
la culpa de la crisis a gremios y sindicatos. El lenguaje dominante en la
opinión pública cruzó la línea de lo políticamente correcto a lo irreflexivo.
Ya no solo les dicen a los manifestantes cómo, dónde y a qué hora protestar, ahora
quieren castigar (despidos, descuentos, cárcel) a quienes protestan. El
movimiento empresarial Liberemos Panamá y los medios de comunicación tradicionales
junto a periodistas en redes sociales promueven la protesta contra la protesta.
Como ya planteamos, la protesta es un derecho, se manifiesta desde diversas
formas, desde vigilias hasta cierres de calles. Ningún cambio en la historia de
la humanidad se logró gracias a la tibieza de los políticamente correctos.
Si nos quieren vender el discurso de la quiebra del país por el cierre
de Minera Panamá, una solución podría sería la recaudación de los miles de
millones en evasión fiscal. Con esos fondos mil millonarios podríamos sufragar
nuestras asistencias sociales para mejorar las condiciones de los más
necesitados; aunado nos carcome la corrupción. Guillermo Chapman, quizá el
economista más influyente del país resaltó el aporte de Minera Panamá por el
orden de los 4%, en el caso de cierre “no es la ruina del país” apuntó, como
nos quieren hacer ver los apologetas de la mina. Esa es la falacia de la
pendiente resbaladiza. El Gobierno y algunas personas influyentes del país nos
pintan un horizonte catastrófico, para propagar miedo en la población. La línea
desde el poder tiende al aumento de la represión y persecución policiaca, donde
la campaña de desprestigio a los dirigentes y la promoción de la confrontación
de la población contra sí misma es la norma.
La lucha colectiva en curso es para diseñar un país libre de
minería metálica a cielo abierto. Sí bien la estructura del capitalismo está
intacta, hemos sido testigos de un acontecimiento importante en las últimas
tres décadas, ya no hay miedo ni ensoñación total, los cambios requeridos están
en curso como parte de un proceso, el cual apenas comienza. Este despertar es un
dolor de cabeza para cualquier Gobierno. Lo logrado hasta el momento es parte
de la acumulación para el movimiento social en toda su diversidad para la
posteridad. Lo concreto fue el despertar de una sociedad y, de una juventud
pujante, contagiosa, pero a la misma vez intermitente y efímera. Habrá tiempo para
analizarlo cuidadosamente en el futuro inmediato, pero el estruendo realizado
hizo remover los cimientos de lo establecido. Por ahora, la tarea consistirá en
unir las divergencias en función de acabar con el extractivismo minero en
Panamá.
Para culminar, no es un asunto menor llamarle a alguien terrorista,
cuando se habla de terrorismo, según el Diccionario panhispánico del español
jurídico, nos lleva a “acto terrorista”, y este es el “acto que tiene como
objetivo causar la muerte”. El pueblo ni es estúpido, ni vándalo y menos
terrorista. No existe una “agenda izquierdista” para destruir la economía. Lo
palpable son miles y miles de personas indignadas en las calles contra la Ley
406. Al menos que todas esas personas sean anarquistas, vándalos o terroristas.
Quedó al desnudo el viejo macartismo de siempre, incluso el racismo y clasismo
contra los indígenas y obreros respectivamente. Si queremos una solución real,
estamos obligados a pensar objetivamente lo acontecido. Los momentos de crisis
también debelan nuestra humanidad o falta de ella. Otro país es posible cuando
despertemos totalmente de la ensoñación, cuando no nos dejemos manipular y
pensemos por cuenta propia más allá de nuestros intereses particulares.
Abdiel Rodríguez Reyes
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