En julio del
presente año, soñamos con cambiar. Las multitudinarias manifestaciones a lo
largo de todo el territorio paralizaron el país. En vista de la inevitabilidad de
encarar a quienes legítimamente se manifestaban, se convocó a una mesa única de
diálogo facilitada por la Iglesia Católica. Por un lado, estaban las alianzas
populares y, por el otro, miembros del ejecutivo. Dada la presión en las
calles, se tomaron algunas medidas, como congelar el precio del petróleo y
regular la canasta básica. Si bien estas reivindicaciones no eran
necesariamente revolucionarias, eran un triunfo para las alianzas populares, en
vista de la indiferencia del gobierno.
En la primera fase de la mesa única
de diálogo se estampó a cuerpo entero los intereses de las alianzas y del
ejecutivo. Mientras los primeros abogaban por solucionar sus problemas
concretos, los segundos dilataban el proceso. Estos últimos hicieron su trabajo,
hasta darle tiempo a los empresarios para que se organizaran, quienes tan pronto
vieron que las medidas tomadas por la mesa única de diálogo atentaban con la
libre empresa según ellos, dijeron públicamente que no cumplirían con los
acuerdos establecidos. Además, se impulsó una campaña de miedo, satanizando a
los movimientos sociales y tirando por la borda la posibilidad de discutir los
límites del modelo económico.
Los empresarios organizados según sus
intereses lograron su cometido, la mesa única de diálogo murió. Cuando se trata
de intereses, es evidente la alianza histórica de los gobiernos con los grupos
de poder económicos y el tutelaje de estos sobre aquellos. No sé si fue un lapsus,
pero en una ocasión de la mesa única de diálogo, un vocero del ejecutivo dijo
estar en representación de los empresarios. No hay contradicciones entre los
intereses del ejecutivo y los grupos de poder económicos.
En
ese sentido, es válida la tesis de Marco Gandásegui h: “la concentración de un
poder extremadamente celoso”. Este poder aplastará aquellos intentos que
afecten sus intereses. También señaló que, de no darse “una redistribución más
justa de la riqueza nacional”, será inevitable el derrumbamiento del estatus
quo. No sabemos cuándo pasará y si las alianzas populares tengan la madurez
para lograrlo, no tenemos una bola de cristal, pero sí tenemos
certeza de la necesidad de estar preparados para cuando las contradicciones
se tensen al punto que sean inevitables los cambios.
Abdiel Rodríguez Reyes
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