En esta coyuntura de reflexión sobre el Bicentenario de
algunos de nuestros países, el pensamiento crítico y segunda emancipación
(también podríamos llamarla “otra emancipación”), cobran especial relevancia.
Por lo primero entendemos también “discurso crítico” como lo plantea Bolívar
Echeverría, lo cual se traduce en “transformación” a la buena usanza de la
tradición marxista. Asumimos este discurso crítico y de transformación
siguiendo también el planteamiento de Enrique Dussel en el capítulo sexto de
su Ética de la liberación, donde nos habló del
“Principio-Liberación”. Este pensamiento crítico en permanente movimiento es
una crítica al orden vigente capitalista, misógino, racista, extractivista y
eurocéntrico al menos. Ese orden no es natural, es histórico y por tanto puede
ser transformado.
En cuanto a la “segunda emancipación”, la entendemos como
algunas tareas irresueltas cuando nuestros países se independizaron de España, desde
la perspectiva de la filosofía de la liberación, de Arturo Andrés Roig y
Enrique Dussel. Tales tareas pendientes son de corto, mediano y largo plazo. No
se trata de partir de cero, como dice Horacio Cerruti: hay doscientos años de
pensamiento filosófico nuestroamericano, como consta en uno de sus libros.
La crítica de filosofía de la liberación está arraigada en
quinientos años de exclusión y resistencia. Es en ese medio milenio donde
adquiere pleno sentido reflexionar sobre el Bicentenario. Es decir, ya contamos
con un pensamiento, con experiencias políticas concretas y de resistencias,
entonces, no se trata de empezar de cero. Como dice Cerutti en el libro citado,
siguiendo a Roig, se trata de “re- comienzos”. Esto es importante porque cierto
pensamiento a veces cae en la ingenuidad de lo nuevo, como si aquí no se
hubiese pensado. Es una posición ética reconocer la trayectoria y las prácticas
revolucionarias, alimento del pensamiento crítico hoy.
Gran parte de nuestros países conmemoran este año la
Independencia de España y si hacemos un examen nos percatamos de nuestras
falencias y ataduras del viejo modelo monárquico. En un conversatorio
organizado por la Asociación Afrodescendientes Panameños Unidos, Leonardo “Rey”
Sidnez, espetó la crítica de que, como negro cimarrón no podría conmemorar la
fecha cuando aún existan promesas incumplidas ante este sector importante de la
sociedad. En Haití, por ejemplo, cuando triunfó la Revolución Francesa no se
les dio ni libertad, ni igualdad, ni fraternidad a los negros. Por eso hicieron
su propia Revolución, como lo evidencia CLR James en Los jacobinos negros,
libro fundamental. En fin, como dice Sidnez, en Panamá hay racismo porque se ha
invisibilizado a los negros, cuya rica experiencia y resistencia son muy
importantes para otra emancipación.
Los procesos de independencia de esa primera emancipación de
inicios del siglo XIX están en un mundo de transición del feudalismo al
capitalismo, cuyo inicio encuentra en el encubrimiento de nuestro continente
tres siglos antes. En esos grises se va ponderando el rol de las elites
criollas, mientras que las grandes mayorías del arrabal pasan a un segundo
plano. Tan pronto se independizaron, las elites se adaptaron a los estados
nacionales y estos a su vez estaban en armonía con el afianzamiento del
capitalismo. De este modo, si bien había un avance en las independencias no
bastaba para amplios sectores de las sociedades republicanas nacientes.
No había contradicción entre los intereses de nuestras
elites y el espíritu de este modo social de producción sustentado en la
explotación. La teoría de la dependencia lo explicó muy bien: afianzamos
nuestra condición de proveedores de metales preciosos y luego de materias
primas y alimentos. Así el subdesarrollo no era una etapa sino una condición en
sí misma: de allí el carácter subdesarrolante de Europa como diría Walter
Rodney. Nuestras relaciones desiguales con los países desarrollados definen
nuestra condición de subdesarrollo. Para cambiar esa realidad es necesario
cambiar esas relaciones. La segunda emancipación u otra emancipación debe
plantearse ese cambio, pues ya no podemos confiar en el desarrollo como
elemento transformador de las dinámicas de las relaciones entre países.
Bolívar Echeverría, en El discurso crítico de Marx,
plantea un tema de suma relevancia aquí y ahora. En el segundo epígrafe de la
primera parte, Definición del discurso crítico nos advierte que, a la
hora de pensar, es decir, de estructurar una reflexión supuestamente crítica,
se asumen posiciones positivistas sin advertir lo respetuoso de este con
respecto al “orden establecido”. Con todo lo revolucionario del positivismo con
respecto a la escolástica, ni el positivismo ni la burguesía son
revolucionarias con respecto a la transformación del orden vigente. La
revolución de la burguesía abre paso a la acumulación infinita del capital y el
positivismo es consustancial a esta tarea.
No se puede hacer una imbricación pensando imparcialmente,
sin tomar partido por un pensamiento revolucionario. El pensamiento burgués
positivista, en los términos de Echeverría, sobreviene como un manto encubridor
de las contradicciones supuestas en el modo de producción capitalista. De este
modo, Echeverria nos invita a interiorizar en la tradición marxista la
realización de la teoría de la revolución. Se trata de la participación de la
teoría en la revolución y la “teoría sobre la revolución” cuyo sujeto histórico
sea anticapitalista, revolucionario y proletario. Así, Echeverría nos señaló
las disyuntivas que operan cuando el discurso crítico se desvía hacía el
“reformismo” o hacía el “utopismo”. Lograr “independencia organizativa y de
radicalidad programática” se constituye, así, en la segunda emancipación a la
cual apuntamos.
En el “principio-liberación”, Dussel propone unos
componentes de singular importancia para el contenido del pensamiento crítico.
Como sabemos, la Ética de la liberación es una propuesta para la reproducción
de la vida, es decir, una ética de la vida. A esto añade Dussel que “son las
víctimas, cuando irrumpen en la historia, las que crean lo nuevo”. No fueron
las elites criollas que participaron de la independencia y se beneficiaron de
ella, sino las victimas excluidas del campo y el arrabal quienes crearan lo
nuevo: la otra emancipación. Esas víctimas no riñen con el ideal de los
procesos de democratización supuesto en la nueva aventura republicana, sino con
sus limitaciones, en las que persisten hasta hoy la discriminación y exclusión de
negros y negras e indígenas.
La mujer, en el caso panameño, debió esperar hasta mediados
del siglo pasado XX para dar los primeros pasos de su emancipación de las
estructuras patriarcales aún persistentes las cuales se deben afianzar más aún
en otra emancipación, en la cual pueda tener las mismas oportunidades y decidir
sobre sus cuerpos. Así, la liberación de las victimas sigue vigente. Tanto el
movimiento afro como el feminista han dado pasos importantes, pero en esta
coyuntura histórica también es importante seguir bregando en la dirección
correcta, sin conformarse con lo dado ni tampoco con lo menos peor.
Dussel también piensa el principio-liberación como praxis,
desde una “razón material”. Este es un Dussel marxista, el cual plantea desde
la materialidad “la factibilidad del horizonte de la vida”. Así, en su Ética
de la Liberación nos habla de la vida humana, lo cual supone un problema,
pues si la abordamos desde cierto antropocentrismo le restaríamos importancia
al entorno natural y las demás especies. Si bien en Dussel no hay un antropocentrismo
moderno, una lectura ingenua podría sugerirlo. Aquí, las mismas relaciones
sociales y el modo de producción que genera la modernidad capitalista implican
exclusión y discriminación en lo social, destruye nuestra Madre Tierra en lo
ecológico, como lo vienen advirtiendo desde hace décadas organismos y
activistas internacionales.
Ha sido en ese marco donde emergió el discurso de la
sostenibilidad y donde se sigue instrumentando a la naturaleza como un valor de
cambio. No se trata de que seamos consumistas “por naturaleza”. Esto modo de
consumo es histórico y por tanto está abierto a otras alternativas ya
existentes o por crear, no es eterno.
Aprender de aquellas experiencias en que se respete a la
naturaleza y plantearnos un proceso de transición hacia otra racionalidad ya no
es una opción sino un imperativo. Al margen de esa nueva racionalidad, todos
los caminos nos conducen al lugar común de los daños irreversibles, a buscar
incluso alternativas en otros planetas como lo hace Jeff Bezos, quien tras un
viaje al espacio en el cohete New Shepard avizoró al planeta Tierra como un
parque en el cual no se podrá vivir.
Dussel, siguiendo a Marx, señaló la importancia de la
“claridad táctica” en los pasos a dar a corta y mediana duración, en esta
segunda emancipación. Así lo hace también en cuanto a la “precisión teórica”
del pensamiento crítico en su compromiso político. Ambos elementos se requieren
para no caer en lo que Dussel llama “marañas de posiciones ambiguas”. Para
ello, partir de lo concreto sigue siendo el camino correcto. El
Principio-Liberación propuesto por Dussel se define como la “acción posible que
transforma la realidad subjetiva y social” desde la “comunidad de las victimas
que toman conciencia de las vejaciones del orden vigente.”
Nuestras elites criollas, compuestas en su mayor parte de
blancos, no se preocuparon por las mujeres, los negros ni por la naturaleza,
pues sus intereses eran más crematísticos. Por lo mismo, no debemos confundir
esos intereses con el de todos y todas. Es más, en el caso de los istmeños, es
decir, de lo que conocemos hoy como Panamá, tener riqueza fue identificado como
una condición para hacer la “revolución”, pero en los términos criollos de esa elite
letrada.
La intervención de los negros y los indígenas se fundamenta
en su reclamo por el reconocimiento intercultural. La segunda emancipación
implica un proceso de democratización real de los procesos políticos formales,
para la constitución de algo nuevo, forjado al calor de las contradicciones
presentes en el seno de nuestra sociedad. Este proceso solo puede ser llevado a
cabo con la participación de la comunidad de víctimas de estos doscientes años.
En el marco de la modernidad capitalista, esto implica una revolución en el
pensar como en el hacer, para profundizar en forma y contenido los procesos de
transformación en curso.
De la misma clase criolla elitista solo cabe esperar, en el
mejor de los casos, cierto gatopardismo, de cambiar para quedar en lo mismo. La
segunda emancipación no se puede permitirse estas licencias. La clave de su
éxito está en la organización de los sectores de la población dispersos, cuyos
intereses emancipatorios los constituyen en comunidad de víctimas, que en sus luchas
han logrado avances significativos.
No conozco sectores organizados de la comunidad afro o de
feministas e indígenas conformes con el orden vigente. El compañero de los
pueblos aurorales, Artinelio Hernández, por ejemplo, en una reciente
intervención en un Seminario sobre el Bicentenario en la Universidad de Panamá
nos habló de la discriminación de estos pueblos y de la construcción del indio como
“otro” negado.
En suma, la segunda emancipación demanda romper con las
cadenas de la colonialidad, del patriarcado y del extractivismo. Asumir el
discurso crítico, el principio liberación y plantearnos su factibilidad más
allá de la oleada de la primera emancipación con sus claroscuros y sus límites.
Lo cual se reafirma en comunidad con mayor participación real de nuestra
diversidad y nunca más bajo la égida de un solo sector.
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