Muchos le temen a la protesta social y más aún si están en
juego sus intereses y privilegios. En forma de cruzada muchos medios de
comunicación e incluso redes sociales en no pocas veces se unen para satanizarla,
induciendo el temor para mantener el orden vigente. Con otros lentes, podemos
analizar la protesta social como motor para los cambios.
En los últimos años hemos atestiguados varias, entre las
cuales cabe mencionar por lo menos dos: la de Chile que culminó en un proceso
constituyente y la de Colombia aún sin un horizonte claro. Cabe resaltar aquí,
un aspecto fundamental, son las mismas necesidades materiales el detonante de
la dinamita colectiva. Ya no es la teoría revolucionaria ni la pluma de una
mente ilustrada la vanguardia únicamente. Es el pueblo al ser interpelado quienes
luchan para satisfacer sus necesidades.
Tampoco se trata de un voluntarismo. La carencia de bienes y
servicios públicos en amplios sectores de la sociedad demanda cambios. Es algo
sencillo, sin tanto subterfugio revolucionario. Eso no significa tirar por la
borda aquellas reflexiones emancipatorias ni mucho menos la organicidad, por el
contrario, urge comprenderlas y subsumirlas para darle contenido a los cambios.
En Chile vimos como los jóvenes se volcaron contra el alza
del peaje y en Colombia vimos multitudinarias protestas contra la reforma
fiscal, a pesar de los gobiernos de desistir de esas medidas, las protestas
continuaron. En el fondo la lucha es en contra de las abismales desigualdades
sociales realmente existentes, a pesar de naturalizarlas en muchos casos, llega
el momento de la explosión.
Toda esta rica experiencia de lucha supondrá una nueva
correlación de fuerzas políticas más plurales y democráticas. Las cuales corren
el riesgo de deshacerse en el aire tanto por la incapacidad del progresismo de
articularlas más allá de la coyuntura, como de la capacidad del establishment
de cambiar para quedar en lo mismo.
Si tenemos esas dos referencias, con sus dinámicas e incluso nuevas
estéticas revolucionarias vamos enriqueciendo nuestra discursividad
transformadora. La tensión llega a un punto de insostenibilidad del orden
vigente en el cual comienza el proceso de cambios y allí la protesta social juegan
un papel fundamental.
Abdiel Rodríguez Reyes
Profesor de Filosofía en la
Universidad de Panamá
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